Queridos hermanos, me gustaría empezar este sermón, hablando de las madres.

¿Qué es lo que es una madre? Yo creo que aunque reuniésemos todo lo que sobre ella se ha escrito, nos quedaríamos cortos al describirla.

Voy a contarles una anécdota de mi mamá, que yo no me la acuerdo, pero ella siempre me la dijo. Cuando yo tenía 5 años, fui a la escuela “jardín de infantes”. Por algún motivo u otro, yo tenía problemas de aprendizaje. Las maestras no querían que yo pasara a la escuela primaria, porque decían que hacerme estudiar era ponerme una carga que yo no iba a poder sobrellevar. Las maestras decían que mi coeficiente intelectual era bajo, y que por eso el estudio no era para mi. A mi mamá le dolió lo que las docentes dijeron, pero lo que ella remarcó fue lo siguiente: “tenemos que averiguar si es verdad”. Entonces me mandaron a una psicopedagóga, para que indagara sobre esta afirmación de las maestras. Luego de hacer la terapia, la psicopedagóga le dijo a mi madre: “su hijo tiene coeficiente intelectual para estudiar. Solo que tiene baja autoestima, y las docentes mucho no lo ayudan. Trate de alentarlo a estudiar y dar todo de su parte, porque la inteligencia le funciona. Tiene que trabajar más en la autoestima”.

Al final del año, las maestras les pedían a los niños que se aprendan de memoria una poesía. Eso se lo pidieron a todos, excepto a mi. No me la dieron porque estaban más que seguras de que “nunca la va a aprender”. Cuando llegué a mi casa, le conté a mis padres que no me habían dado la poesía, y mi mamá se enfureció y fue a pelearse con las maestras, y les exigió rotúndamente que me la dieran. Ella les dijo: “les aseguro que a fin de año, mi hijo les va a decir de memoria la poesía como los demás niños”. Mi madre se sentó al lado mío con la santa paciencia, y me ayudó a memorizar la poesía. Llegó el fin de año y llegó mi turno. Según mi mamá, recité la poesía con la fluidez y soltura que pedían los docentes.

Los maestros decían que yo no era capaz de estudiar. Hoy puedo decir que terminé la escuela primaria, la escuela secundaria, hice el seminario, soy sacerdote, y además estudié en la universidad y adquirí mis títulos universitarios (mi maestría y licenciatura en filosofía). Los maestros decían que yo ni siquiera iba a poder hablar bien. Hoy en día hablo demasiado, y lo puedo hacer en 4 idiomas distintos. Obviamente, no soy mejor que quien no ha estudiado, y me considero el más pecador de todos los hombres. Pero lo que quiero decir es que soy lo que soy, porque tuve padres que creyeron en mí. Todavía los tengo, porque ellos están vivos. Tengo un excelente padre, y una excelente madre. Hoy toca hablar de la madre, pero ambos dos son muy buenos.

Mi madre hizo dos cosas que me parece que puede servir de ejemplo:

La primera: cuando las maestras le dijeron que yo no tenía inteligencia para estudiar, ella no actuó solo con el corazón, sino también con la cabeza. Me mandó a la psicopedagóga porque escuchó lo que dijeron los educadores, y aunque le dolió dijo: “si es verdad lo tenemos que aceptar”. Muchas veces las madres aman mucho a sus hijos, pero los aman con el corazón, no con la cabeza. Cuando una madre no reconoce que su hijo tiene un problema, no lo puede ayudar. Hay madres que no pueden ayudar a sus hijos porque no reconocen que los mismos tienen una adicción. Lo saben, pero no lo quieren aceptar. Es por eso que no los pueden ayudar. Una madre tiene que amar a su hijo con el corazón, pero también con la cabeza. El corazón de una madre es grandioso, pero muchas veces no pueden ver la realidad, y es por eso que sus hijos terminan siendo malos hombres, porque no los corrigieron cuando pudieron haberlo hecho. Por eso, mi madre estuvo abierta a la verdad. Si las maestras decían que yo tenía un problema de la inteligencia y eso era verdad, había que aceptarlo.

Lo segundo que ella hizo fue creer en mi: una vez que la psicopedagóga dijo que lo que decían las docentes era incorrecto, se sentó a estudiar conmigo durante todo el tiempo que fuese necesario, y me ayudó a ser el hombre que soy hoy en día (no soy perfecto y soy un gran pecador, pero estaría peor sin la ayuda de la susodicha). No sé que hubiése sido de mi sin un buen padre y una buena madre.

Queridos hermanos, yo no sé si se puede definir lo que es una madre, pero lo que podemos afirmar de ella siempre será poco. Una buena madre es el mejor ejemplo de lo que es el amor de Dios. Nadie ama más que Dios, pero en esta tierra nadie ama más que una madre.

Una madre da a luz a sus hijos con dolor, una madre se desvela todas las noches para cuidar de sus niños, una madre es capaz de sacarse el pan de la boca para alimentarlos, una madre es capaz de morir para que ellos tengan vida. Es por eso que el crímen del aborto es tan grave, porque es totalmente antimaterno. Una madre debe dar la vida por sus hijos, no matarlos, y el aborto es demoníaco porque hace todo lo contrario. Es lo más antimaterno que hay. Una madre es capaz de quitarse los ojos, para que sus hijos vean y de arrancarse el corazón si de esa manera los puede salvar.

Queridas madres, si quieren conocer la definición de MADRE CON MAYÚSCULAS, hay que mirar al ejemplo de la Santísima Virgen María, la Madre del Salvador. Ella amó a su Hijo Jesucristo más que cualquier otra madre. Sin embargo, no evitó que muriera en la cruz. Pese a que para ella fue una gran dolor, supo aceptar que su Hijo debía morir en la cruz para salvar a toda la humanidad.

Queridas madres, su misión con sus hijos es buscar que ellos vayan al cielo. Es por eso que los tienen que amar con el corazón, pero también con la cabeza. Muchas veces las madres buscan evitarles a sus hijos todo sufrimiento, y eso es algo bueno, pero no siempre lo es tanto. No podemos ir al cielo si no aprendemos a sufrir, porque Cristo lo dijo claramente: quien no toma su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. Es bueno que las madres den caricias, pero si por el bien del hijo hay que darle un castigo deben hacerlo sin titubear. Hay que decirles a los hijos que si, pero también hay que saber decirles que no cuando corresponde, ya que si no lo hacen los padres, lo hará la vida, y será más doloroso aún. Hay que hacerles regalos a los hijos, pero hay veces que las cosas se las tienen que ganar (mis padres me dijeron una vez: no te vas con tus amigos, si no apruebas el exámen). En definitiva, una madre tiene que amar siempre a sus hijos, haga lo que haga, y a veces el modo de amarlos es permitiendo en sus vidas algún sufrimiento. No hay que hacerlos sufrir a propósito, obviamente, pero cuando es un sufrimiento que repercute en un bien, muchas veces aunque duela hay que exigírselos. La misión de una madre no es solo que su hijo sea un hombre o mujer de bien, sino un santo. Su hijo o hija debe ir al cielo luego de esta vida terrenal. Su hijo o hija debe rezar, debe confesarse, debe participar de la Misa, debe cumplir los mandamientos divinos y debe saber que el camino al cielo es el camino de la Cruz del Señor. Los hijos seguirán el ejemplo de los padres, es por eso que si un hijo no va al cielo o no se salva, Dios le pedirá cuenta a sus padres. ¿Qué han hecho para educarlos cristianamente? ¿Qué han hecho para que Cristo sea el centro de sus vidas?

Si no he sido un buen padre o una buena madre, siempre hay tiempo de arrepentirse. Quizás mis hijos sean grandes y yo no tenga la posibilidad de educarlos en la fe, pero puedo hacer algo por ellos y eso es rezar y hacer penitencia por su salvación eterna. Dios siempre nos da la posibilidad de arrepentirnos, aún en el último minuto de nuestra vida.

Si mis padres no han sido buenos, debo buscar perdonarlos, ya que Dios me ha dado la gracia de conocer a Jesucristo, y así como el Señor murió en la Cruz para perdonar mis muchos pecados, yo debo buscar perdonar al prójimo, incluso a mis padres. También puedo aprender del mal ejemplo de ellos para no repetir esos mismos errores con mis hijos.

Si mis padres o mi madre ya no viven, todavía puedo hacer algo por ellos, y es rezar, ofrecer la Misa por su salvación eterna, y mantenerlos en mis plegarias todos los días de mi vida. Nunca debo perder la esperanza de volver a reencontrarlos en la vida eterna, ya que no están muertos sino que están en las manos de Dios. La esperanza de volver a encontrarlos en la vida eterna nunca debe extinguirse.

Una particular mención merecen las madres que han perdido sus hijos, por el motivo que fuere. No dejan de ser madres, pues Dios tiene en sus manos a sus niños. Es un dolor muy grande la pérdida de un hijo, pero siempre después de la pasión y muerte viene la resurrección. Nunca pierdan la esperanza de la vida eterna, que es una llama que les ayudará a ser fieles a Dios en órden a, si en su misericordia el Señor lo permite, volver a reencontrar a sus niños luego de esta vida terrenal. Si Cristo está con nosotros, quién contra nosotros. Nunca dejen de confiar en Aquel que hace nuevas todas las cosas.

Cristo dijo en el Evangelio de hoy: “yo soy el camino, la verdad y la vida”. Queridas madres, que Cristo sea el centro de sus familias, y que la Sagrada Familia de Jesús, María y José sea el modelo a seguir para cada una de ustedes. Gracias madres, por ser todo lo que son, pero por sobre todas las cosas, por ser madres. Feliz día a todas las madres, en especial a la Madre de las Madres, la Madre de Dios y Madre Nuestra, la Santísima Virgen María. Las abrazo a todas con todo mi corazón y les agradezco por haber elegido ser madres, sea biológicas o espirituales, como es el caso de las religiosas.