Cuando hablamos de la parábola del sembrador, podríamos decir muchas cosas. Como no podemos predicar por dos horas, vamos a concentrarnos en la parte del Evangelio que nos habla de la palabra de Dios que es sembrada entre las espinas. El sembrador es Jesucristo, y él siembra su palabra. Pero la palabra que es sembrada entre las espinas son aquellas personas que están más preocupadas por el dinero, por los bienes materiales, por el poder, por las cosas de la vida y nunca se acuerdan de Dios. Esas personas siempre tienen tiempo para todo, menos para el Señor.
Recuerdo una vez en Italia que un padre vino llorando a hablar conmigo. Me dijo que su hijo le había roto el corazón porque le remarcó que lo que había aprendido de él era solo lo que no debía ser como padre, ya que, según su hijo, él era uno de los peores padres sobre la faz de la tierra. De hecho, el hombre me dijo que cuando su niño era pequeño, él siempre estaba ocupado. Su hijo le decía: “papá, ¿podemos jugar al fútbol?” y su respuesta era “no hijo, estoy ocupado con mi trabajo”.”Papá, ¿puedes ayudarme con la tarea de la escuela?” “No hijo, tengo una reunión ahorita”. “Papá, ¿podemos cenar juntos esta noche?” “No hijo, debo ocuparme de mis amigos”. Este hombre siempre tenía un pero o una excusa para no pasar tiempo con su familia y con su hijo. De hecho, perdió todo, perdió sus hijos y su esposa, y este hijo ni siquiera lo invitó a la boda.
Esto es un ejemplo de la actitud que nosotros podemos tener con Dios. Hoy mucha gente no va a Misa porque está con miedo por el COVID19. El tema es que mientras no vamos a la iglesia, si vamos a fiestas y restaurantes, que a veces toman menos medidas de seguridad de las que tomamos nosotros aquí. Aquí en la iglesia además está Jesús que nos cuida y protege, y él puede realizar muchos milagros en nuestras vidas si confiamos en su misericordia. Pero si no venimos a la iglesia por estar preocupados por el coronavirus, tampoco deberíamos ir a fiestas o restaurantes. Tenemos que ser coherentes con la fe que profesamos, y Dios debe ser puesto en primer lugar.
Algunas personas tampoco salen de su casa porque solo salen para cosas esenciales. Ellos dicen que lo esencial es la comida y la medicina. Sin embargo, ¿qué hay de la confesión? ¿pensamos que eso no es esencial? La confesión es tan esencial como la comida y la bebida o la medicina, porque ese sacramento es la medicina de Dios para nuestra alma. Si no nos arrepentimos de nuestros pecados no podemos vivir en gracia, y aquí la confesión se hace de modo seguro, ya que es abajo del pabellón del colegio y al aire libre. Si no consideramos la confesión de nuestros pecados algo esencial, entonces no entendemos lo que realmente es importante en nuestras vidas, y tendríamos una noción muy errada de las prioridades de nuestra vida.
En nuestras vidas podemos olvidarnos de muchas cosas, pero nunca jamás nos tenemos que olvidar de Dios. ¿Qué sucede si nos morimos el día de mañana y el Señor nos pregunta porqué debería dejarnos entrar en el reino de los cielo? ¿Vamos a responderle “Señor, yo no fui a Misa, ni recé ni me confesé, pero fui un buen hombre. No mate ni robe ni le hice daño a nadie”? Jesucristo puede respondernos: “si eres bueno, es porque yo te hice participar de mi bondad. Yo te dí todo lo que tienes, tu esposa, tus hijos, tu familia, tu trabajo, tu dinero, todo. También me hice hombre y morí en la cruz por ti. Tú antes de irte a dormir te la pasaste mirando televisión y gastaste mucho tiempo en las redes sociales. No obstante, no fuiste capaz de rezar ni siquiera un Ave María ni ocupar un minuto de tu tiempo en mi presencia. Cuando no estaba el problema con el COVID19 decidiste no ir a Misa por mirar un partido de fútbol, y durante el problema del COVID19 dijiste que no ibas a Misa porque tenías miedo del virus, pero no tuviste ningún problema en ir a fiestas o restaurantes. No me diste prioridad en tu vida, por lo que no veo porque yo deba dejarte entrar en el reino de los cielos.
Queridos hermanos/as, si no hemos recordado al Señor durante toda nuestra vida, todavía tenemos tiempo de hacerlo. El Señor es misericordioso y él nos perdona inclusive en el último minuto de nuestra vida. Pero debemos empezar ahora, no debemos esperar hasta el día de mañana, porque puede ser muy tarde. El Señor nos ama y quiere que todos nos salvemos, pero debemos también corresponder a su amor con nuestras palabras y obras. En nuestro corazón hay un solo lugar, y le pertenece a Dios o al demonio. Si queremos darle ese lugar a Jesucristo, debemos probarlo con nuestras palabras pero también con nuestras obras.
Que la Virgen María nos ayude y nos de la gracia de permitirle a Jesucristo entrar en nuestros corazones y almas. Que él sea nuestro Dios y Señor, y el dueño de nuestras vidas.